11 de agosto de 2012

Me da otra vuelta al recuerdo, señor?


Había llegado el momento. Toda la semana cumpliendo promesas (o simulando cumplirlas), haciendo deberes, “buena letra” como diría su abuela para tener su ansiada revancha sábado tras sábado. Todo valía. Nada podía interponerse ante el encuentro con él. EL. Ese ser insuperable que le quitaba el sueño cada agonizante noche. Había estudiado todos sus movimientos, los giros imperceptibles de su muñeca, el rápido  y sucesivo movimiento de su brazo. Había probado caballos, aviones, autos hasta burros alados. Sin embargo, cada vez que lo intentaba fallaba. Una y otra vez. Pero hoy no. Hoy iba a obtener su victoria. Había crecido dos centímetros. Esa era el toque que le faltaba. Y así, Pablo subido a un carro de colores metalizados, sintiéndose en una carrera de Meteoro, esperó la primera vuelta. Y la segunda. Hasta que apareció Norberto. Él. Vio girar su mano locamente sosteniendo la bocha de madera en que estaba inserta ella. La llave de la victoria. Su sortija. Estiró su brazo, agudizó su vista, respiró hondo, aceleró y sintió el frío del metal en la yema de sus dedos. Sintió como se le henchía el pecho, dobló sus dedos y en una milésima de segundo, Norberto lo miró fijo, le sonrió socarronamente y sin más, con un giro inexplicable…ZAS! Pablo había sido vencido. Sin embargo, lejos de rendirse, ya se preparaba para el próximo encuentro como cada sábado en la calesita del Parque Lezama.




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